19-LABERINTOS DE PLAZA ORIENTE

Me siento un ser incompleto. Impuro. Insaciable. Inestable. Inmaduro. Incorpóreo.
Soy un circulo a trazo tembloroso aun sin cerrar. Las piernas débiles apenas soportan el peso sobre mi espalda que no se describir. No puedo palparlo pero ahí esta. Hundiendome hacia el centro de la tierra. Tengo poco que decir y mucho que contar.
Pienso que es el azúcar y que una CocaCola lo arreglará todo...pero tras dos horas sigo igual.

Mi ordenador encendido esta esperando una orden. La pantalla ilumina una habitación casi a oscuras. Es el centro de mi mundo. Repleto el disco duro de cine, series, comics, mangas...puedo conectarme a internet y descargar algo...da igual. No me apetece nada. Tengo tantas opciones que antes de dar bocado estoy saciado. Soy un anorexico del ocio.
No soy una persona infeliz. Es difícil de explicar con nuestra costumbre de ver el mundo en dos únicas posibilidades. Simplemente tampoco soy feliz.
Nadie tiene la culpa. Se que yo soy quien lo busca. Me autosugestiono o algo así. Yo lo encuentro.
A veces lloro solo. No espero que nadie lo vea y lo sienta. Que les llegue al corazón el sentimiento agridulce que transmito. No espero que me entendáis.
No me deis mis respuestas, por favor.

Y ahí sigo yo. Sentado. Mirando el monitor...el escritorio esta lleno de carpetas y accesos directos. Me entretengo haciendo cuadrados de lineas de puntos que vuelven a las carpetas azules si entran en su perímetro. Pienso que el fondo de pantalla es una mierda. No sé que música poner...eso es una mala señal. No me identifico con nada. Pienso en comprarme un Mac. Pienso que esa no es la salida. Es un punto a mi favor en esta batalla en la que me han educado para el consumismo.

Quiero caminar por calles desiertas en el centro de Madrid. No percibir vida humana. Que las raíces y los arboles adornen las aceras. Las enredaderas gruesas como puños abrazando los muros de los edificios. Que ramas frondosas salgan de los cristales rotos de Vips, Ginos y demás tiendas de la cadena Zara. Deambular por la Gran Vía. Respirar el aire que azota suave mi cara. Caliente. Ser observado por gatos y manadas de ciervos inmutables antes mi pacifica presencia. Coches oxidados aparcados en el olvido. Cruzar Plaza España hasta el Palacio Real. Detenerme en Plaza Oriente viendo como el sol se pone en una de las mejores vistas, cerca del Parque Sabatini. Las nubes esponjosas, como no.
Desenfundo mi ipod arañado de tantas caídas al suelo. Conecto con amor el mini Jack de los auriculares.
Esta escena merece una banda sonora...Jezebel.

Escucho tranquilo la melodía viendo el paisaje y, cuando el sol parece ahogarse en el horizonte, me doy media vuelta. Casi arrastrando los pies me dirijo a uno de los bancos blancos porosos que rodean la Plaza de Oriente. Elijo uno de los que están frente a la estatua del caballo. Me siento posando antes mis manos que acarician su textura. Noto el calor que desprenden. Desde años me fascina el calor de esa piedra. Subo mis piernas y las cruzo. Cierro los ojos. Me hago uno con lo que me rodea. Depuro mi ser mientras tigres blancos observan mi rezo a la nada. Calma. Aire. Calor. Así empieza una noche de verano.
El tiempo se acaba. La liebre señala su reloj impaciente. Comienza Roads y tras su primer llanto en forma de canción abro los ojos. Me incorporo. Estiro los músculos de mi cuerpo tensandolos y destensandolos. Noto puntitos chocar contra mi piel. Noto como se elimina la presión. Es una gran decisión. Curvo la espalda. Estilo los brazos. Hago sonar mi cuello. Me acerco a los laberínticos setos. Recién podados para la ocasión. Me pierdo en sus paredes verdes. Noto el roce de sus ramas. Estrechas avenidas. El olor de las hojas. Me introduzco dentro. Buscando el País de Nunca Jamas. Recordando aquellos años en los que me metía dentro y esperaba salir en un mundo dibujado con personajes extraños y llenos de color. Recuerdo que esperaba encontrar a mi amigo invisible. Recuerdo que esperaba no volver a salir en el mismo parque en el que entre. Recuerdo que siempre creí que ahí se escondía una puerta a otra dimensión. A otro mundo. Una puerta en el centro del tronco del árbol.
Esperaba encontrar esta vez esa puerta. Por muchos años que pasen.